viernes, 6 de agosto de 2010

Historias del ferrocarril ·2 "El pequeño hombre."

Remigio y Anastacio siguierón trabajando en el ferrocarril, ya había pasado un tiempo de cuando empezaron a trabajar como fogoneros alimentando entre ambos la caldera de la máquina de vapor,

ahora cada uno de ellos realizaba este trabajo por separado en diferentes corridas, los niños que seguÍan siendolo por su edad más no por la madurez forzada a la que los enfrento la vida, sus antes limpios ojos, inocentes y puros se tranformaron en ojos de hombre que lo han visto todo.

En las noches sus sueños eran agitados y llenos de pesadillas, al recordar las matanzas y carnicerías de las batallas, el ensañamiento con el cual el hombre puede tratar a su igual, sólo porque en ese momento uno de ellos tiene el poder de decidir quién vive o quién muere.




Ni coyotes y lobos se regodean con sus víctimas como lo hace el hombre cuando decide sacar lo más bajo que guarda en sus entrañas, violar , quemar torturar, matar era lo cotidiano en esos días.


Remigio era parte de la tripulación de esos trenes que llevaban y traían gente de los ejercítos ya fueran federales o alzados , para él era lo mismo, al cual más canijo con los enemigos.


A veces en los enfrentamientos, el maquinista y él se ocultaban debajo de la máquina de vapor,protegiéndose entre las enormes ruedas,
hasta que pasaba lo peor, pero en otras los obligaban a tomar la carabina y ponersa a disparar.
Su mayor temor era, que en la balacera, fuera a pegarle un balazo a su hermano , éste quizá se encontraba en las filas del contrario, cosa que afortunadamente nunca ocurrió.



El hambre, la maldita hambre, ésa que siempre estaba presente; hambre de verdad, la que nunca está satisfecha, la que él recordaba haber sentido desde sus más tiernos recuerdos, esa sensación de tener perros rabiosos desgarrando sus tripas para los cuales sólo había unas cuantas migajas para calmarlos, provocaron en Remigio que en sus momentos de reflexión, el se
jurara por Dios , "Cuando tenga hijos no permitiré que pasen hambre ni nesecidad, todo mi esfuerzo será para ellos, trataré que estudien lo más posible, te ruego Señor, me lo permitas."

En una ocasión, el maquinista así como el resto de la tripulación ,recibieron la orden de detenerse, apostarse en una de las haciendas pulqueras por las cercanías de Tlaxcala, la hacienda ya estaba abandonada, saqueada y quemada pero aun así revelaba su grandeza, el lujo de la casa mayor y el de la capilla eran dignos de un palacio, la imágenes se mantenían respetadas.


El descanso le cayó de perlas a Remigio, se distraía abservando corretear a los escuincles, a las soldaderas, estas eran como una parvada de gallinas culecas, se las arreglaban para preparar los alimentos en comunidad; rápidamente encendían los fogones, sacaban ollas , metates y metlapiles y en menos que canta un gallo ponían el nixtamal con el poco maíz que tenían, preparaban comida con lo que hubiera, se la repartían por igual entre todos, la discolería no existia.

Por lo general, sólo les tocaban unos cuantos bocados y quién sabe como le hacían, pero los hombres conseguían pulque que se tomaban a escondidas de los superiores, que se hacián de la vista gorda.

Otra de las cosas de las que él se dió cuenta, era que las soldaderas se sacrificaban, ellas no comián para dársela a su hombre y a sus niños, en ese orden; las admiraba por su fortaleza, entrega, alegría, resignación, ganas de vivir, su lucha de igual a igual en la batalla, en los combates, si ella lograba sobrevivir y a su compañero lo mataban, lloraba, rezaba, pero a la noche siguiente ya estaba durmiendo en brazos de otro.







Esa noche Remigio se sorprendío cuando el cabo les dijo, que a ellos, los de la tripulación, les tocaba hacer la guardia, el conductor y el telegrafista protestaron pues ellos trabajaban para el ferrocarril y no tenían porque obedecerlos, por toda respuesta recibieron un balazo cada uno, después de lo cual los demás obedecieron sin chistar.




Remigio, el niño hombre tuvo que hacer la guardia junto a un paredón del cual sólo quedaban pedazos del muro de lo que fue alguna vez entrada y salida de ganado, la noche estaba obscura y sin luna, muy fría, le tocó de compañero un sombrérudo viejo de mirada torva y desconfiada, muy, pero muy callado que se puso a rejuntar ramas secas, con ellas encendió una fogata y le ordenó con voz seca, aguardientosa.




-¡Tú le atizas y que no se te apague! ¡muchacho cabrón, no hagas pendejadas!




Ya estaba la noche muy cerrada, el frío le calaba los huesos, Remigio caminaba de un lado a otro sin dejar de vigilar la lumbrera cuando a lo lejos vio brillar varios pares de ojos, por un momento pensó que eran perros pero cuando se acercaron a la luz se dio cuenta que eran coyotes, estos se fueron acercando sigilosos, cada vez más, lo único que los detuvo fue la fogata que se interponía entre ellos.




Los animales estaban más flacos que de costumbre, se veían rete hambrientos, eran cinco, formando un semicírculo, gruñeron pelando los colmillos amenazadores, Remigio se paralizó de terror al escuchar el castañear de las mandibúlas, signo inequívoco del ataque, cuando de repente el sombrérudo saltó con una tea en la mano gritando leperadas y maldiciones, los coyotes huyeron como almas en pena en la oscuridad.



El viejo sacó dos carrujos, con un ademan le ofreció uno de ellos a Remigio que él rechazó con la cabeza, el silencioso hombre se tronó el suyo, se cubrió con su gabán embozándose y se quedó mirando el vacío.




La noche siguió su lento paso, al niño le pareció que el compañero dormía parado y a pesar de la helada, el susto le sirvió para que no se congelara y su mente estuviera alerta.



Unos ruidos apenas audibles penetraron suavemente sus oídos, por un momento pensó que sólo era su imaginación, pero los sonidos continuaron en medio del silencio acrecentandóse, su corazón aceleró su ritmo, en las sienes se le agolpó la sangre, los ojos se salían de las órbitas tratando de adivinar en la oscuridad, quería huir pero sus manos en automático acomodaron la carabina en el hombro; el chasquido se acercó más y más, miró dos bultos semiagachados sigilosos cual sombras que seguían acercándose, de repente volteó, vió a su compañero que al igual que él con la carabina al hombro y lista para disparar gritó.




- ¿Quién vive ?




Silencio...




Remigio se sorprendió cuando escuchó su propia voz enronquecida gritar.




.- ¿Quién vive?




Grande fue su sorpresa cuando una voz femenina contestó:




.- ¡TU MADRE, NO DISPARES! Seguida de una voz de hombre .-¡ Gente de paz!




El viejo vigía gritó: ¡ Acérquense hijos de la chingada o me los trueno!




Las figuras se acercaron lentamente, se abrazaron cuando la luz de la fogata los iluminó, Remigio se extremeció con la sorpresa.




Efectivamente. Los extraños, por rara coincidencia eran su mamá y su hermano Anastacio.




Exclamó con alegría. -¡Mamá! ¡Mamáaaa!




Soltando la carabina corrió a abrazar a ambos, su mamá lo besó, su hermano se unió al abrazo, pasada la primera impresión volteó a ver a su compañero con su carita llena de felicidad, le dijo : son mi mamá y mi hermano, por toda respuesta éste sólo volvió a recargarse en el muro.




-Ambos sabián que esto no estaba permitido, los podian arrestar acusados de traición, pero en esos momentos eso no importaba.




Sus familiares le llevaban una cobija y unos tacos de quelites ya frios y tiesos que Remigio se comió como el más rico manjar, le contaron que fueron a ver si lo por casualidad lo encontraban, al enterarse de que una corrida estaba detenida por el rumbo pero sin tener certeza de nada,le contaron de las cosas por las que pasaba la familia,así como de las travesuras de sus hermanitos que los hicieron reir, cubriéndose la boca para sofocar el ruido; sacudiendoles de sí la amargura.




Remigio abrazó a su mamá y se cobijaron los tres; volvió a sentirse el pequeño niño, seguro, feliz en su regazo, pensando en la casita donde seguro sus hermanitos dormían soñando con los ángeles.



Fue ahí donde las primeras luces de la aurora con sus celajes rosados, grisáceos, violetas los encontraron semidormidos, pero con la certeza que debían despedirse antes del cambio de guardia, en silencio sin decir palabra se dijeron adiós con la mirada, Remigio los vió alejarse hasta que no los divisó más, se encaminó hacia el muro, no pudo evitar que el llanto bañara su rostro, volteó hacia el sombrérudo sorprendiéndose, al mirar los duros ojos llenos de lagrimas tan limpias y cristalinas como las suyas.




En DEMAC. Julio 2010 ESRU.




Guadalupe Nolasco Casillas.

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